Alrededor de mis 6-7 años, me llevaban al cine por primera
vez. Siempre me llevó mi tío Carlos, le
gustaba ir conmigo. Tomábamos el micro en la esquina de mi casa (el viejo
Cocharcas) y bajábamos en el pleno centro.
Bullicio, mucha gente, smog. Pero
me gustaba. Quizás porque estaba yendo
al cine!
A los viejos cines Adan y Eva en el Jr. De la Unión, o al cine Metro, frente
a la Plaza San Martín. Y disfrutaba todo,
la gente cuchicheando, la apagada de luz, el cambio de rollo, el intermedio!!! (sisí,
acabo de recordar que había intermedio!) para ir al baño y comprar canchita. Y Coca-Cola. Pero había un ritual adicional para mí allí. Y era el comerme un chocolate. Un chocolate Sublime.
Mi tío compraba el Sublime afuera, en esa época no existía
el candy shop de hoy. Con las justas
vendían canchita y gaseosa. Pero habían golosineras fuera con sus bandejas
con chocolates y galletas. Incluso las
dejaban entrar a vender a la sala antes de la película. Hoy hasta te revisan las
bolsas para que no metas ni un maicito de casualidad.
La sensación de probarlo no tenía un ritual particular. Era un niño que lo desenfundaba rápidamente
de su papel manteca y procedía a morderlo con todas sus fuerzas, directamente
con las muelas, que si lo mordía con los dientes me dolerían por 2 días… sonaba
el crack del maní quebrado mientras el chocolate empezaba a derretirse. No recuerdo nada más placentero a esa edad.
Películas van, películas vienen, fui creciendo, me dejaron
de llevar al cine y ese empaque desapareció. Parece que D’onofrio también creció porque lo
dejó de producir como antes. Aunque para
ser honestos, yo crecí y el Sublime se achicó. Menos peso, menos maní, más Alan García en su 1er gobierno.
Hace 4 días me enteré de que Nestlé relanzaba Sublime en su
empaque antiguo. Mi buena amiga Astrid
que trabaja allí me lo consiguió. Cuando
lo recibí no di crédito a mis ojos, lo toqué y le puse extra atención a lo liso
de la envoltura, a su logo limpio y monocromático, idéntico a mi recuerdo. Lo despojé de ella más cuidadosamente que
nunca, como si fuera realmente algo preciado, algo que se puede dañar. Y es que no estaba sacando una envoltura. Abría un recuerdo. Un baúl con objetos que ya no recordabas que
estaba en el ático hace 30 años...
De golpe
miré el chocolate y cómo le sobresalían los bordes de los maníes
incrustados. Amor a primera vista. Y me di cuenta que era el de antes al 100%. Se veía igual, al tacto pesaba igual… Y me emocionaba igual! Lo probé para cerrar el círculo, ansioso. De nuevo (inconscientemente) directo con las
muelas con endodoncia -no sea que me duelan mis dientes de 7-añero!-, crack onomatopéyico del maní y la suavidad del
derretimiento, sabor, aroma, todo… El Sublime, MI SUBLIME había vuelto. Igual. Y yo lo estaba disfrutando como un niño,
despreocupado, con los ojos cerrados ahora, recordando, evocando, y hasta con
una sensación de mariposas cerca al corazón.
Y es que no estaba comiendo un chocolate, estaba reviviendo un recuerdo.
Un cine, una sala, una película, risas cándidas, niñez, juegos,
despreocupaciones, mamá, colegio… MAGIA!. Mi expectativa se había excedido.
Verlo, tocarlo, olerlo, probarlo, gatilló toda una serie de emociones,
fue la pieza clave, la piedra angular en toda una experiencia… sublime!
…Aterrizando un poco, el marketing sensorial funciona. Y evocar tus recuerdos también. No sé a ciencia cierta si el sabor y el peso de
Sublime serán los mismos de antes, no lo he consultado con los ingenieros de
Nestlé. Pero mi mente creyó que sí y eso
es lo que importa, porque el MKT me anticipó la experiencia e hizo que me
enfocara en detalles de manera tal que me condicionó a esperar ciertas
variables sensitivas que se cumplieron y que mi cerebro (mi emoción) se encargó
de magnificar y perfeccionar. Y 3 de las
4 E’s jugaron un rol, se colmó mi expectativa, me emocioné con la
decodificación y experimenté de nuevo la marca y me reenganché. La 4ta E de la ecuación de valor no la ejercí
porque fue un regalo, pero créanme que pagaría y mucho por la experiencia que
tuve.
Como a mí, estoy seguro a miles de personas les ha pasado
algo similar, sonrisas más, emociones menos, lo que ha trabajado Nestlé no sólo
a nivel producto sino a nivel comunicacional, BTL y en MKT digital
(#recordaresserfeliz) es genial haciendo que lo vintage no se quede en lo
meramente decorativo de aprovechar una tendencia retro sino que lo ha ejecutado
con coherencia, excelencia y lo ha dotado de emoción, de simbolismo. Un
aplauso para Nestlé entonces, por hacerme revivir ese momento mágico, aquella
experiencia de ir al cine que reside en mi memoria.
Y sí, al cine siempre me llevó mi tío Carlos, le gustaba ir
conmigo. Hoy en día yo sigo viendo películas con él y con mi madre, algunos fines de semana... pero ahora
yo las llevo a su casa, en DVD.
Este fin de semana, también le llevaré unos Sublimes.