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miércoles, 21 de agosto de 2013

Mi experiencia subliminal

Alrededor de mis 6-7 años, me llevaban al cine por primera vez.  Siempre me llevó mi tío Carlos, le gustaba ir conmigo. Tomábamos el micro en la esquina de mi casa (el viejo Cocharcas) y bajábamos en el pleno centro.  Bullicio, mucha gente, smog.  Pero me gustaba.  Quizás porque estaba yendo al cine! 
A los viejos cines Adan y Eva  en el Jr. De la Unión, o al cine Metro, frente a la Plaza San Martín.  Y disfrutaba todo, la gente cuchicheando, la apagada de luz, el cambio de rollo, el intermedio!!! (sisí, acabo de recordar que había intermedio!) para ir al baño y comprar canchita.  Y Coca-Cola.  Pero había un ritual adicional para mí allí.  Y era el comerme un chocolate.  Un chocolate Sublime.

Mi tío compraba el Sublime afuera, en esa época no existía el candy shop de hoy.  Con las justas vendían canchita y gaseosa.   Pero habían golosineras fuera con sus bandejas con chocolates y galletas.  Incluso las dejaban entrar a vender a la sala antes de la película. Hoy hasta te revisan las bolsas para que no metas ni un maicito de casualidad.
La sensación de probarlo no tenía un ritual particular.  Era un niño que lo desenfundaba rápidamente de su papel manteca y procedía a morderlo con todas sus fuerzas, directamente con las muelas, que si lo mordía con los dientes me dolerían por 2 días… sonaba el crack del maní quebrado mientras el chocolate empezaba a derretirse.  No recuerdo nada más placentero a esa edad.

Películas van, películas vienen, fui creciendo, me dejaron de llevar al cine y ese empaque desapareció.  Parece que D’onofrio también creció porque lo dejó de producir como antes. Aunque para ser honestos, yo crecí y el Sublime se achicó. Menos peso, menos maní, más Alan García en su 1er gobierno.

Hace 4 días me enteré de que Nestlé relanzaba Sublime en su empaque antiguo.  Mi buena amiga Astrid que trabaja allí me lo consiguió.  Cuando lo recibí no di crédito a mis ojos, lo toqué y le puse extra atención a lo liso de la envoltura, a su logo limpio y monocromático, idéntico a mi recuerdo.  Lo despojé de ella más cuidadosamente que nunca, como si fuera realmente algo preciado, algo que se puede dañar. Y es que no estaba sacando una envoltura.  Abría un recuerdo.  Un baúl con objetos que ya no recordabas que estaba en el ático hace 30 años... 
De golpe miré el chocolate y cómo le sobresalían los bordes de los maníes incrustados. Amor a primera vista. Y me di cuenta que era el de antes al 100%. Se veía igual, al tacto pesaba igual… Y me emocionaba igual! Lo probé para cerrar el círculo, ansioso.  De nuevo (inconscientemente) directo con las muelas con endodoncia -no sea que me duelan mis dientes de 7-añero!-,  crack onomatopéyico del maní y la suavidad del derretimiento, sabor, aroma, todo… El Sublime, MI SUBLIME había vuelto. Igual. Y yo lo estaba disfrutando como un niño, despreocupado, con los ojos cerrados ahora, recordando, evocando, y hasta con una sensación de mariposas cerca al corazón.  Y es que no estaba comiendo un chocolate, estaba reviviendo un recuerdo. Un cine, una sala, una película, risas cándidas, niñez, juegos, despreocupaciones, mamá, colegio… MAGIA!. Mi expectativa se había excedido.  Verlo, tocarlo, olerlo, probarlo, gatilló toda una serie de emociones, fue la pieza clave, la piedra angular en toda una experiencia… sublime!

…Aterrizando un poco, el marketing sensorial funciona.  Y evocar tus recuerdos también.  No sé a ciencia cierta si el sabor y el peso de Sublime serán los mismos de antes, no lo he consultado con los ingenieros de Nestlé.  Pero mi mente creyó que sí y eso es lo que importa, porque el MKT me anticipó la experiencia e hizo que me enfocara en detalles de manera tal que me condicionó a esperar ciertas variables sensitivas que se cumplieron y que mi cerebro (mi emoción) se encargó de magnificar y perfeccionar.  Y 3 de las 4 E’s jugaron un rol, se colmó mi expectativa, me emocioné con la decodificación y experimenté de nuevo la marca y me reenganché.  La 4ta E de la ecuación de valor no la ejercí porque fue un regalo, pero créanme que pagaría y mucho por la experiencia que tuve.

Como a mí, estoy seguro a miles de personas les ha pasado algo similar, sonrisas más, emociones menos, lo que ha trabajado Nestlé no sólo a nivel producto sino a nivel comunicacional, BTL y en MKT digital (#recordaresserfeliz) es genial haciendo que lo vintage no se quede en lo meramente decorativo de aprovechar una tendencia retro sino que lo ha ejecutado con coherencia, excelencia y lo ha dotado de emoción, de simbolismo. Un aplauso para Nestlé entonces, por hacerme revivir ese momento mágico, aquella experiencia de ir al cine que reside en mi memoria.

Y sí, al cine siempre me llevó mi tío Carlos, le gustaba ir conmigo. Hoy en día yo sigo viendo películas con él y con mi madre, algunos fines de semana... pero ahora yo las llevo a su casa, en DVD. 

Este fin de semana, también le llevaré unos Sublimes.  

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